Alejandro García Ingrisano

Opinión de literatura, política, cine, toros…

Prólogo de Siberia, la nueva novela de Juan Soto Ivars

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Conocí a Juan Soto Ivars en un ciclo de conferencias sobre Knut Hamsun organizadas por la Universidad Católica de Lovaina. En aquella época yo vivía en Berlín y estaba enfrascado en la redacción de Pitcairn, mi primera novela. Él vivía en Madrid y se peleaba con una extensa narración coral sobre Tánger, la ciudad en la que pasó su adolescencia. Yo acudía a las conferencias como excusa para visitar a un amigo de un amigo, que esperaba que me concediera un beca en la universidad. Juan, sin embargo, mostró ser un auténtico conocedor de la obra del noruego, y sus ingeniosas intervenciones en las conferencias y mesas redondas le granjearon la simpatía de varios profesores y conferenciantes, cosa que luego descubrí habitual en él. Volví a Berlín sin beca pero con lo que ya era una fuerte amistad.

Pasamos los siguientes meses carteándonos semanalmente, y a mi regreso a Madrid, Juan y yo acordamos buscar un piso juntos. En aquel apartamento de la calle Fidias terminamos sendas novelas, conocimos innumerables bares de la capital y duramos un año, tras el cual yo me fui a vivir con una chica a Barcelona (no una chica cualquiera: ahora es mi mujer) a la vez que su relación con una novia se rompía y se quedaba, por primera vez en años, soltero. Los próximos meses los pasé en relativo aislamiento, y poco supe de Juan. Su hermano, un prometedor guitarrista flamenco, se había puesto gravemente enfermo. Regresé a Madrid e intenté llamarle, pero, cosa también habitual en él, había desaparecido sin dejar rastro. Pasaron más meses y oí unas pocas noticias: su hermano estaba ya sano, seguía soltero, estaba bien.

Un día me llamó. Iba a mudarse a Barcelona. Volvimos a quedar y a conocer bares, pero hablamos poco del par de años que habíamos pasado sin vernos. Sólo me confió en una noche de borrachera que había escrito en ese tiempo una novela titulada Siberia. En subsiguientes días, traté de que me enviara el manuscrito, pero se negó. Tras mucho insistir, me convencí de que sólo me la mandaría cuando se dieran una serie de circunstancias misteriosas para todos salvo para Juan. Conocimos más bares.

Cualquiera que haya tenido la mala fortuna de vivir una noche de San Juan en Barcelona sabe que lo mejor que se puede hacer es tomar el mismo camino que yo: pasarla en una masía de Gerona, solo y leyendo los Sinónimos de San Isidoro de Sevilla. A la vuelta, me encontré con un voluminoso sobre en el correo: se trataba del manuscrito de Siberia. Le acompañaba una breve nota: “Como odias la novela autobiográfica, piensa que esto lo ha escrito otro”. Es cierto que Juan y yo siempre discutíamos acerca de Hambre, la novela autobiográfica de Hamsun que él considera una obra maestra y que yo no tengo en muy alta estima. Pero ambos habíamos pasado horas charlando acerca de las Confesiones del santo Agustín y algunas otras excepciones al general hastío que me produce la autobiografía.

Me senté en el sofá de mi casa del Tibidabo y leí Siberia en una tarde. Es un libro escrito con las entrañas, brillante porque al contrario que la mayoría de textos más o menos autobiográficos, escritos para quedar bien o mal con el lector, éste lo ignora despiadadamente. Es puro exorcismo, un duro texto en el que nada parece impostado a pesar de que sí hay en él mucho de ficción. Ya no tengo la sensación de haber pasado dos años prácticamente sin hablar con Juan. Como tras leer En Busca del Tiempo Perdido uno vive bajo la ilusión de haber conocido a Marcel, Siberia dejará al lector con la certeza de que se ha cruzado una persona física en su vida.

Creo que este prólogo es la única forma de explicar Siberia, dejando entrever que es un texto escrito en un momento oscuro de la existencia y brutalmente honesto a pesar del qué dirán. He sido testigo de cómo un editor tras otro ha rechazado la novela, no por consideraciones literarias sino por la incomodidad que ciertos pasajes puedan producir en lectores medrosos. Juan se ha negado a tocar un coma por esa razón y ha esperado a que un editor valiente publicara Siberia sin trampa ni cartón.

No hace falta explicar más. Está el lector ante una novela como un combate de boxeo: a algunos les fascinará y a otros les repulsará. Considérense afortunados quienes, como yo, pertenecen al primer grupo.

Éste es el prólogo que escribí – y que aparecerá – en Siberia, la nueva novela de Juan Soto Ivars (Ed. El Olivo Azul).

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